lunes, 29 de diciembre de 2014

Dark City: ¿Son los recuerdos la llave para descifrar el alma?

“Dark City” (1998), es una cinta de ciencia ficción del director Alex Proyas, la cual está protagonizada por Rufus Sewell, Jennifer Connelly y William Hurt.

John Murdoch (Rufus Sewell) despierta en una extraña habitación de hotel solo para descubrir que ha perdido su memoria y que es buscado por una serie de brutales asesinatos. Mientras intenta poner en orden las piezas de su pasado, comienza a ser perseguido por unos seres conocidos como “Los Extraños”, los cuales poseen la habilidad de alterar con su mente la conformación de la ciudad y a sus habitantes. Con el tiempo en contra, Murdoch tendrá que encontrar la forma de detener a sus perseguidores antes de que estos lleven a cabo su siniestro plan.

 

Luego de dudar de la existencia de todo lo conocido por el hombre, René Descartes eventualmente popularizó la frase “pienso, luego existo”, cuando intentaba sentar las bases de un principio de total certeza sobre el cual fundar su filosofía. Según su razonamiento, desde el momento que se reconoce que un determinado pensamiento emerge desde un punto que él llamaba “yo”, es indiscutible que ese “yo” existe. Sin embargo, aun cuando uno acepte la propuesta filosófica de Descartes, queda una pregunta por responder: ¿Quién soy yo? Dicha pregunta, la cual forma parte esencial de la identidad individual, durante mucho tiempo ha sido utilizada como una pieza fundamental dentro de los géneros del horror y la ciencia ficción. Por ejemplo, mientras que algunos films han postulado que la identidad reside en el cerebro y que continuará existiendo incluso luego de ser transferida a otro cuerpo, aunque las consecuencias resulten ser nefastas, como sucede por ejemplo en “Frankenstein Must Be Destroyed” (1969), otras cintas como “Dracula” (1931), exponen que el verdadero terror que experimentan las víctimas del vampiro no reside en la posibilidad de que este los asesine, sino que en el hecho de que los transforme en una versión distorsionada de ellos mismos. Por otro lado, producciones más recientes como por ejemplo “Total Recall” (1990), incluso postulan que no se puede estar seguro de la propia identidad cuando los recuerdos que constituyen dicha identidad pueden haber sido insertados de manera artificial. Buscando explorar el tema de la búsqueda de la identidad y como esta se correlaciona con la realidad que nos rodea, Alex Proyas en compañía de Lem Dobbs y David S. Goyer, escribieron un guión fuertemente influenciado por el género del film noir, el expresionismo alemán, la serie de televisión “The Twilight Zone” (1959-1964), y la obra de Kafka, entre otras cosas, el cual eventualmente titularían “Dark City”.

En gran medida, el film relata la historia de John Murdoch y de su gradual descubrimiento de la naturaleza de la ciudad en la que reside, y de una sociedad subterránea conocida como los “Extraños”. Como muchos héroes de la ciencia ficción, sus recuerdos están fragmentados en pedazos que parecen no tener sentido. Entre las pocas cosas que recuerda, se encuentra su esposa Emma (Jennifer Connelly), quien trabaja como cantante en un club nocturno, y un lugar llamado Shell Beach, en el cual aparentemente pasó parte de su infancia. Confundido y atemorizado, John de pronto se ve perseguido por la policía, específicamente por el Inspector Frank Bumstead (William Hurt), quien lo culpa del asesinato de varias prostitutas; por los Extraños, quienes lo ven como una amenaza para sus misteriosos planes, y por un extraño psiquiatra llamado Daniel Schreber (Kiefer Sutherland), cuyos motivos no están del todo claros. De manera inteligente, Alex Proyas utiliza la lógica del sueño para perseguir al protagonista mientras este intenta descubrir el misterio de su propia vida. En el transcurso de su particular investigación, Murdoch descubre que es el único humano que comparte la habilidad de los Extraños, la cual le permite utilizar su mente para alterar el universo físico que lo rodea. Irónicamente, entre más cosas descubre, son más las interrogantes que tendrá que responder. De manera ineludible, el principal problema que tendrá el protagonista para ejecutar dicha tarea será la imposibilidad de averiguar si sus recuerdos son reales, si su pasado realmente sucedió, o si la mujer que ama alguna vez existió.

 

Con respecto a todo lo antes mencionado, se desprende que el autoanálisis es un proceso al cual eventualmente se somete casi la totalidad de los personajes de la cinta. John Murdoch es un sólido ejemplo de un personaje cuyo principal objetivo termina siendo descubrir cuál es su verdadera identidad, lo que por momentos resulta ser una tarea prácticamente imposible. De la misma forma, los Extraños, quienes se explica que poseen una mente colectiva, parecen estar buscando por todos los medios obtener aquello que convierte a los humanos en seres únicos e irrepetibles, ya que del éxito de dicha misión depende su propia sobrevivencia. Es así como se postulan preguntas tales como: ¿qué es verdaderamente el alma? y ¿Los recuerdos influyen en la conformación de la misma? Por otro lado, resulta interesante la forma en como John Murdoch se convierte en la encarnación de un sentimiento de rebeldía contra el sistema, gatillado en gran medida por su resistencia al control que los Extraños han estado ejercido sobre los habitantes de la ciudad. Y es que durante el transcurso del film, el protagonista es perseguido tanto por la policía como por los Extraños, los cuales terminan convirtiéndose en símbolos de autoridad. De esta forma, John se rebela tanto contra la policía que busca encarcelarlo por crímenes que no cometió, como contra los Extraños, quienes desean someterlo a vivir una vida que no le pertenece.

Más allá del aspecto temático, es destacable la forma en como Alex Proyas estructura la historia. Desde el momento en el que el protagonista despierta desnudo en una tina a pocos metros de una prostituta muerta, se embarca en un viaje de descubrimiento que presenta nuevas pistas en cada esquina. Pequeñas cosas como una postal de “Shell Beach”, o un álbum de fotografías totalmente en blanco, se convierten en piezas claves para John a la hora de armar el rompecabezas de su existencia. Es en este contexto que se desarrolla una creciente sensación de paranoia a medida que el espectador se entera de los alcances de la relación existente entre la humanidad y una misteriosa sociedad subterránea de hombres de piel pálida. Lo que es aún más importante, es que Alex Proyas utiliza los efectos visuales no para cubrir posibles falencias narrativas, sino que para otorgarle una mayor profundidad a las revelaciones que van surgiendo a lo largo del film. Y es que bajo la superficie estilística sugerida por el director, existen una multitud de temas que invitan al espectador a pensar en los matices de lo que está sucediendo. Por ejemplo, al mismo tiempo que los villanos son humanizados más allá de lo esperado, las nuevas habilidades de John lo acercan peligrosamente a sus peculiares perseguidores. A raíz de esto, la línea que separa al protagonista y a sus enemigos se vuelve difusa, al punto que cuesta distinguir si sus motivos son realmente nobles o solo están alimentados por su propio egoísmo.

 

En el ámbito de las actuaciones, Rufus Sewell realiza una labor estupenda interpretando a John Murdoch, un hombre al cual le cuesta lidiar con los alcances de sus descubrimientos y con las consecuencias de sus nuevas habilidades. De igual manera resulta destacable la actuación de Jennifer Connelly como la acongojada esposa del protagonista, y la de William Hurt como el policía que eventualmente se abre a la posibilidad de que él y el resto de los habitantes de la ciudad han estado viviendo una mentira. Sin embargo, quien realmente se destaca por sobre el resto es Richard O´Brien, cuya interpretación del siniestro Señor Mano, quien es uno de los Extraños, resulta ser realmente memorable. Lo contrario sucede con Kiefer Sutherland, cuya interpretación del cobarde y traicionero Doctor Schreber por momentos resulta algo forzada y caricaturesca. En cuanto al aspecto técnico de la cinta, existe una complementación perfecta entre el trabajo de fotografía de Dariusz Wolski, el diseño de producción de George Liddle y Patrick Tatopoulos, la dirección de arte de Richard Hobbs y Michelle McGahey, y la banda sonora compuesta por Trevor Jones. Aunque resulta evidente la influencia estética del expresionismo alemán y el film noir, la intención de Tatopoulos a la hora de diseñar la ciudad era básicamente situar al espectador en un lugar extraño que tuviese algunos elementos identificables. Según el mismo diseñador: “La película tiene lugar en todos lados, y ocurre en ninguna parte. Es una ciudad construida con pedazos de otras ciudades. Un rincón de un lugar, y otro de algún otro sitio. De esta forma no sabes realmente donde estás. Una pieza se verá como una calle de Londres, pero una porción de la arquitectura se asemeja a la de Nueva York, y la base arquitectónica se asemeja a la de una ciudad europea. Tú estás ahí, pero no sabes dónde estás, que es exactamente lo que le ocurre al protagonista”.

En “Dark City”, el director Alex Proyas inunda la pantalla con referencias literarias y cinematográficas de autores tales como F. W. Murnau, Fritz Lang, Franz Kafka y George Orwell, entre otros, creando de esta forma un mundo único y extraordinario, pero sorprendentemente convincente. Es por esto que no resulta extraño que la cinta de Proyas replique lo hecho por Fritz Lang en “Metropolis” (1927), y se cuestione que es lo que nos convierte en humanos y por qué eso no puede ser cambiado por decreto. Y es que ambas producciones hablan de mundos falsos fabricados por sociedades ideales, y en ambas el sistema creado por quienes gobiernan es destruido por el corazón de los sometidos. Aun cuando “Dark City” no pretende resolver interrogantes de carácter filosófico y existencial, de todas maneras explora una serie de ideas complejas de una manera casi catártica, permitiendo que el espectador se cuestione acerca del mundo que lo rodea. A nivel técnico, el film es un verdadero logro de Alex Proyas y su equipo, ya que el director no solo crea un mundo visualmente envolvente y atractivo, sino que además se las ingenia para utilizar la estética al servicio de la historia. A raíz de esto, la película termina convirtiéndose en una verdadera experiencia cinematográfica, la cual curiosamente pasó casi desapercibida al momento de su estreno, y que tan solo con el correr de los años ha logrado obtener gradualmente el reconocimiento que merece.


por Fantomas.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Westworld: Bienvenido a las mejores vacaciones de tu vida.

“Westworld” (1973), es un film de ciencia ficción del director Michael Crichton, el cual está protagonizado por Yul Brynner, Richard Benjamin y James Brolin.

En un futuro cercano, un parque de diversiones llamado Delos ofrece a sus clientes la posibilidad de vivir sus fantasías gracias a la utilización de sofisticados robots de apariencia humanoide. Con la esperanza de protagonizar una aventura del lejano oeste, Peter Martin (Richard Benjamin) y John Blane (James Brolin) se alistan para lo que prometen ser las mejores vacaciones de su vida. Sin embargo, luego de una grave falla mecánica en el lugar, ellos se verán obligados a enfrentarse a un letal robot pistolero (Yul Brynner) que buscará asesinarlos cueste lo que cueste.

 

A principios de la década del setenta, cuando el escritor Michael Crichton vio como Hollywood comenzaba a demostrar un marcado interés por su obra, este decidió que quería probar suerte como director. A sabiendas que los estudios solo lo tomarían en serio si presentaba un proyecto ligado a la ciencia ficción, durante el mes de Agosto de 1972, Crichton desarrolló un guión que buscaba explorar los peligros de la creciente dependencia de la sociedad en la tecnología. Una vez terminado, rápidamente se lo presentó a todos los grandes estudios con la esperanza que alguno quisiera llevarlo a la pantalla grande. Tras una serie de rechazos, eventualmente el proyecto sería aceptado por los estudios MGM, quienes designaron a Dan Melnick como jefe de producción. Esto no dejaría del todo contento al escritor, ya que estaba al tanto de las exigencias comerciales del estudio. Según el mismo Crichton: “MGM tenía una mala reputación entre los cineastas; en los últimos años, directores tan diversos como Robert Altman, Blake Edwards, Stanley Kubrick, Fred Zinnerman y Sam Peckinpah, se habían quejado amargamente por el trato que recibieron. Existían demasiadas historias de presiones poco razonables, cambios de guión arbitrarios, post-producciones inadecuadas, y recortes repentinos de cintas terminadas. Nadie que tuviera alguna alternativa realizaba una película en la Metro, pero en aquel entonces nosotros no teníamos alternativa. Dan Melnick nos aseguró que no estaríamos sujetos al trato usual de la MGM. En gran medida, él respetó esa promesa”. Pese a la intervención de Melnick, Crichton tuvo que lidiar con repentinos cambios en el guión, con el hecho de que no tuvo ni el más mínimo control sobre la elección del elenco, y con el escaso presupuesto con el que contó el film, el cual en su gran mayoría se gastó en los sueldos de los profesionales involucrados.

La historia de “Westworld” está ambientada en un parque temático creado por la corporación Delos. Por mil dólares al día, Delos ofrece la experiencia de vivir diversas y salvajes fantasías en una de sus tres arenas: Mundo Romano, Mundo Medieval y Mundo del Oeste. Los visitantes pueden comer, beber, tener sexo y asesinar en cualquiera de estos tres periodos históricos, sin la preocupación de resultar heridos en el proceso. Y es que cada uno de estos mundos está habitado por androides que han sido programados para satisfacer todas las necesidades de los turistas, objetivo que también es controlado por un grupo de técnicos quienes supervisan todo lo que ocurre en el recinto desde una tecnológica sala de control central. Con la idea de pasar las mejores vacaciones de sus vidas, dos amigos llamados Peter Martin y John Blane, llegan al Mundo del Oeste con la intención de actuar como dos forajidos de la época. Si bien al principio todo parece perfecto, y la dupla de amigos tienen la posibilidad de participar en duelos a muerte, trifulcas de bar, e incluso en una explosiva fuga de prisión, todo se complicará cuando un robot pistolero parece rehusarse a dejarlos tranquilos. Lo que es aún peor, es que por una serie de averías mecánicas, en cada uno de los mundos los androides comienzan a rebelarse de manera violenta, dejando a Peter, John y al resto de los turistas, abandonados a su propia suerte.

 

Aun cuando el guión de Crichton no desarrolla este tema, es posible inferir que lo que Delos realmente comercializa es violencia, muerte y adulterio. Dentro de este contexto, los androides se convierten en metáforas de opresión, por lo que su revuelta termina siendo una respuesta lógica a la explotación a la que están siendo sometidos. Al mismo tiempo, Delos también está vendiendo un sueño hollywoodense en el que el machismo y la misoginia parecen sentar las bases de la realidad en la que se desenvuelven los protagonistas. Y es que no solo las mujeres son reducidas a meros objetos sexuales, sino que además aun cuando existen algunos personajes secundarios femeninos, el film opta por ignorar por completo sus experiencias al interior del particular parque temático. Por otro lado, resulta interesante la forma en como “Westworld” satiriza los mitos propios del lejano oeste desde el prisma de la ciencia ficción. Esto en gran medida es logrado por Crichton mediante el entrelazado del proceso de adaptación de la dupla protagónica a la experiencia del lejano oeste, y el trabajo de los ingenieros y los científicos en sus laboratorios y en las salas de control, dejando en evidencia la artificialidad de todo el asunto. A través de dicha dinámica, el director de manera pausada va construyendo el escenario en el cual debido a una serie de fallas mecánicas, las cuales son ignoradas por las fuerzas capitalistas que manejan el parque temático, todo se sale de control. Aun cuando estas fallas jamás logran ser justificadas de forma satisfactoria, Crichton introduce el concepto de un virus de computadora, el cual cobra especial importancia porque resulta ser casi profético, ya que recién a mediados de la década del ochenta se empezó a hablar de este tipo de inconvenientes tecnológicos.

Estilísticamente hablando, Crichton crea una lograda atmósfera del lejano oeste gracias al uso correcto de diversos clichés de la época retratados con anterioridad en numerosas producciones hollywoodenses. Por ejemplo, los tiroteos son igualmente violentos que los exhibidos en las películas de Sam Peckinpah, y las peleas en el bar son lo suficientemente caóticas como para enorgullecer a John Ford. Aun cuando existe un evidente grado de respeto y admiración por las características propias del Western, de todas formas el director no pierde la oportunidad de satirizar el machismo reinante en el lejano oeste, a través de la inclusión del personaje interpretado por Richard Benjamin. En un principio, los gestos neuróticos y el acento neoyorquino de Peter Martin lo sitúan como un hombre obligado a desenvolverse en un mundo extraño el cual no comprende del todo. Una vez que Martin supera su incomodidad inicial, y es capaz de disfrutar su participación en duelos a muerte, sus encuentros sexuales con prostitutas androides, y el whisky de dudosa procedencia, comienza a disfrutar sus particulares vacaciones a sabiendas de los peligros que supone dar rienda suelta a sus más oscuros deseos. Afortunadamente, su transición entre un hombre acongojado por la reciente separación de su esposa y un pistolero implacable e inescrupuloso, resulta tan creíble como su posterior transición en un hombre dominado por el pánico y la confusión, el cual tendrá que encontrar la forma de lidiar contra una amenaza que parece ser indestructible.

 

En general, la selección del elenco resulta destacable. Y es que no solo la interpretación de Richard Benjamin termina siendo satisfactoria, sino que además la elección de Yul Brynner resultó ser más que acertada. El actor ya había logrado establecerse como un ícono del Western gracias a su participación en el film “The Magnificent Seven” (1960), por lo que para el espectador no resulta difícil aceptarlo como la encarnación del pistolero clásico. Lo que es aún mejor, es que su rostro inexpresivo y su fría mirada ayudan a convertirlo en un robot convincente y aterrador. De forma inteligente, Crichton filma diversas escenas utilizando el punto de vista del androide, lo que de inmediato le otorga al personaje un interesante grado de autonomía y subjetividad. A su vez, la secuencia final de persecución está casi exenta de diálogo, lo que definitivamente aumenta la tensión de la peculiar batalla entre el hombre y la máquina. Será en este escenario que Martin tendrá que hacer uso de su ingenio si es que desea salir con vida de Delos, ya que no tardará en verse en desventaja ante la eficiencia y la fuerza del implacable y vengativo pistolero mecánico. Por otro lado, en cuanto al aspecto técnico del film, sin lugar a dudas resulta destacable la dirección de arte de Herman Blumenthal, el diseño de decorados de John P. Austin, y el trabajo de fotografía de Gene Polito, quienes en conjunto logran que el espectador participe activamente junto a los protagonistas en la tarea de sumergirse en el violento mundo del lejano oeste.

El horror en un film no siempre está definido por lo mucho que los miembros de la audiencia se aterran con el contenido de la película, sino que por el terror intrínseco que posee el concepto de una determinada historia. Pese a que la primera mitad de “Westworld” posee una serie de elementos propios de una comedia del lejano oeste, eventualmente el núcleo dramático sale a la luz revelando los miedos contenidos en el guión de Crichton, el cual es posiblemente el mejor y más eficiente ejemplo de sus temáticas tecnofóbicas. Entre otras cosas, el director propone las siguientes interrogantes: ¿Hasta qué punto el hombre está colaborando en el diseño de su propia destrucción? ¿La inteligencia artificial puede convertir a la humanidad en algo obsoleto? ¿En algún momento la humanidad va a crear algo tan perfecto que va a sobrepasar la capacidad del hombre para controlarlo? ¿Y seremos capaces de reconocer cuando sobrepasemos ese límite? Obviamente, “Westworld” no sería el primer film que examinaría dichas interrogantes, ni tampoco sería el último, pero el hecho de que estás persistan en la actualidad sugiere que la sociedad aún conserva cierta reservas acerca de los avances tecnológicos que tan a menudo celebra. Al final del día, la capacidad demostrada por Crichton a la hora de reconocer y aceptar la iconografía, las convenciones, y las expectativas propias de los géneros que se mezclan durante el transcurso de la cinta, convierten a “Westworld” en una experiencia tan divertida como aterradora. Algunos años más tarde, se filmaría una secuela titulada “Futureworld” (1976), la cual pese a contar con Brynner retomando su rol, no alcanzaría los niveles de calidad de su predecesora.


por Fantomas.

miércoles, 22 de octubre de 2014

An American Werewolf in London: Cuidate de la luna.

“An American Werewolf in London” (1981), es un film de terror del director John Landis, el cual está protagonizado por David Naughton, Jenny Agutter y Griffin Dunne.

David Kessler (David Naughton) y Jack Goodman (Griffin Dunne) son dos jóvenes estadounidenses que, con sus mochilas a la espalda, pretenden pasar tres meses recorriendo Europa. Sin embargo, mientras se encuentran de paso en un pequeño pueblo inglés, son atacados por una incontrolable bestia salvaje. Lo que es aún peor, es que aparentemente las personas que mata esa criatura se convierten en muertos vivientes que deben vagar por la Tierra eternamente, mientras aquellos que escapan con vida, se ven enfrentados a un destino que solo los puede llevar a su propia perdición.

 

A mediados de la década del sesenta, John Landis se encontraba en Europa trabajando como doble de riesgo en diversos Spaghetti Western. Fue entonces cuando empezó a jugar con la idea de realizar una cinta de horror centrada en el mito de la licantropía. Con esto en mente, mientras se encontraba trabajando en la entonces Yugoslavia como asistente de producción en el film “Kelly´s Heroes” (1970), Landis comenzó a delinear el concepto que más tarde se convertiría en “An American Werewolf in London”. Según el mismo Landis, en aquella época mientras se encontraba viajando por Yugoslavia, se topó con un grupo de gitanos los cuales aparentemente estaban realizando una suerte de ritual para que un hombre al cual estaban enterrando no se “levantara de su tumba”. Con la premisa de un hombre que se ve obligado a confrontar una maldición que involucra un contacto cercano con los no muertos, Landis escribió un borrador que sería archivado por más de una década, ya que no contaba con el suficiente respaldo financiero para llevar a cabo el proyecto. Tras el debut de Landis como director en la cinta “Schlock” (1973), el realizador se convirtió en una figura de culto, lo que le permitió rodar las exitosas comedias “The Kentucky Fried Movie” (1977), “National Lampoon´s Animal House” (1978) y “The Blues Brothers” (1980). Gracias a esto, a principios de la década del ochenta Landis logró asegurar diez millones de dólares para su tan ansiado proyecto, aun pese a que los inversionistas pensaban que el guión del director era demasiado aterrorizante para ser una comedia, y demasiado gracioso para ser un film de horror.

En “An American Werewolf in London”, David y Jack son dos estudiantes norteamericanos que se encuentran viajando por Europa. Al comienzo de su excursión por las comunidades rurales del norte de Gran Bretaña, la dupla llega a un pequeño pueblo de East Proctor donde se encuentran con un pub local que presenta un peculiar pentagrama pintado en una de sus paredes. Tras enfrascarse en una extraña discusión con algunos lugareños, los jóvenes deciden irse del establecimiento al mismo tiempo que se escucha un escalofriante aullido a la distancia. Mientras caminan por los páramos, son atacados por una bestia que parece ser un lobo de gran tamaño, la cual asesina a Jack y hiere gravemente a David. Tres semanas más tarde, David despierta en un hospital de Londres absolutamente confundido y atemorizado. Para colmo, comienza a tener una serie de vívidas y violentas pesadillas, en las que se ve corriendo desnudo a través de un bosque, solo para terminar devorado un venado crudo. Con el correr de los días, David entabla un romance con una enfermera llamada Alex Price (Jenny Agutter), quien decide recibir al joven en su apartamento una vez que este es dado de alta del hospital. Como si todo no fuese lo suficientemente complicado, de manera imprevista David es visitado por el decadente cadáver de Jack, quien le advierte a su amigo que durante la próxima luna llena va a convertirse en un lobo. Lo que es aún peor, es que Jack le asegura a David que él debe suicidarse para así salvar la vida de futuras víctimas inocentes y terminar con la maldición del hombre lobo, lo que le permitirá a Jack descansar en paz.

 

En gran medida, “An American Werewolf in London” se asemeja bastante a “The Evil Dead” (1981), del director Sam Raimi. Ambas producciones resultan ser extrañamente reflexivas, y poseen un número considerable de guiños dirigidos a los fanáticos del cine de terror. Sin embargo, mientras que el film de Raimi apuntaba a un nicho bastante específico, Landis optó por crear una cinta que buscaba poseer un atractivo comercial que traspasara las barreras del género del horror. Al mismo tiempo, “An American Werewolf in London” se caracteriza por exhibir una total convicción de que los licántropos son verdaderos íconos cinematográficos, la cual se plasma en los maravillosos e impresionantes efectos especiales creados por Rick Baker, los cuales son una de las principales razones por las que el film rápidamente se convirtió en un clásico del género. Lo que resulta aún más interesante, es que una vez que la historia se traslada a Londres, esta se convierte en un peculiar pero incompleto estudio de la culpa, el amor, y el costo psicológico y emocional de las transformaciones corporales. Para David es imposible no sentir remordimiento por el fallecimiento de su amigo Jack, menos aun cuando este regresa constantemente para recordarle su falta de compañerismo. Dicho sea de paso, la progresiva involución de Jack en un cuerpo putrefacto es uno de los mejores gags del film. Con respecto a esto último, según el estudioso Robin Wood en su libro “Hollywood from Vietnam to Reagan… and Beyond”, el tema central de “An American Werewolf in London” es la imposibilidad de la relación entre David y Jack. Y es que además de la putrefacción continua del cuerpo de Jack y de su calidad de no muerto, tras su salida del hospital, el protagonista decide cambiar a su amigo por Alex, quien no solo se convierte en su interés amoroso, sino que además se alza como una figura prácticamente maternal para el cada vez más confundido David.

Cuando el protagonista se transforma por primera vez en un lobo, en la que dicho sea de paso es la escena más memorable del film, la trama refleja una evidente preocupación tanto por el estado psicológico de David, como por las víctimas que cobrará una vez completa su metamorfosis. Es así como la cinta se sumerge en los horrores provocados por el incontrolable accionar instintivo de David, dando paso a escenas tan efectivas como la desarrollada en una desierta estación de metro londinense, donde Landis utiliza la cámara subjetiva para crear una palpable sensación de amenaza, la cual es complementada con una toma en primer plano de la reacción de un aterrorizado hombre de negocios. Eventualmente, el film alcanza un curioso momento reflexivo al interior de un cine para adultos. David se ve obligado a encarar a todas sus víctimas, muchas de las cuales le ofrecen diversas sugerencias de cómo debe terminar con su vida, y por ende con la maldición de la cual todos son prisioneros, al mismo tiempo que una cinta pornográfica es proyectada en la pantalla del establecimiento. Minutos más tarde, ya en el trágico y abrupto clímax del film, existen pequeños guiños que indican que posiblemente David en su estado animal, aún conserva parte de su consciencia. Sin embargo, eso lamentablemente no impide que sus instintos primarios y salvajes lo guíen hasta su inevitable perdición.

 

Aun cuando “An American Werewolf in London” posee un puñado de momentos memorables, adolece de una serie de problemas que minan su efecto en la audiencia. Por ejemplo, la irregular labor interpretativa de David Naughton impide que el espectador demuestre demasiado interés en el dilema moral y psicológico en el que se encuentra. Tampoco resulta sencillo interesarse en la relación amorosa que el protagonista establece con Alex, ya que la participación de esta última eventualmente termina diluyéndose al punto que su presencia no aporta demasiado al desarrollo de la trama. Al mismo tiempo, la cinta presenta claras contradicciones en relación a la visión original del realizador. En una entrevista otorgada a la revista Fangoria en el año 1981, Landis aseguraba que su intención era tomar una fantasía sobrenatural genuina, en este caso la licantropía, y convertirla en algo real, que pudiese suceder en la sociedad contemporánea. Lamentablemente para el director, la caricaturización de personajes como la pareja de policías a cargo de investigar la agresión sufrida por David y sus posteriores asesinatos, o del Doctor Hirsch (John Woodvine), responsable de seguir la progresión médica del joven; lo artificiales que resultan ser algunos escenarios, y el final abrupto, anticlimático y arbitrario del film, impiden que el espectador logre ver la historia como algo más que una violenta y surreal fantasía contemporánea.

Dentro de los puntos altos de la cinta se encuentran el ya mencionado trabajo de Rick Baker, que le valió un premio Oscar; la climática banda sonora compuesta por Elmer Bernstein, la cual es complementada con algunas canciones pop como “Blue Moon” de Sam Cooke, “Moondance” de Van Morrison, y “Bad Moon Rising” de Creedence Clearwater Revival, las cuales funcionan como irónicos puntos de contraste tonal en relación a las imágenes presentes en el film. También resulta necesario destacar el atmosférico trabajo de fotografía de Robert Paynter, y la labor actoral de Griffin Dunne, quien indiscutiblemente interpreta al mejor personaje de la película. Si bien “An American Werewolf in London” es sin lugar a dudas un clásico del género, por momentos parece ser una producción inacabada, como si el director John Landis hubiese gastado toda su energía en diseñar diversos golpes de efecto, para luego dejar de lado cosas tan importantes como las transiciones dramáticas, el desarrollo de personajes, o un final más apropiado. Todo lo previamente expuesto provoca que “An American Werewolf in London” sea una bestia extraña e imperfecta, la cual termina conquistando al espectador pese a sus falencias básicamente porque Landis logra imprimir con éxito su infeccioso amor y entusiasmo por el género del horror en el film, y en específico por el atractivo mito de la licantropía.


por Fantomas.

jueves, 21 de agosto de 2014

On Her Majesty´s Secret Service: Bond y su momento de mayor fragilidad.

“On Her Majesty´s Secret Service” (1969), es un film de acción del director Peter R. Hunt, el cual está protagonizado por George Lazenby, Diana Rigg y Telly Savalas.

Tras rescatar a una chica llamada Tracy (Diana Rigg) del supuesto ataque de una pareja de asaltantes, James Bond (George Lazenby) establece un vínculo con ella y con su padre, Marc-Ange Draco (Gabriele Ferzetti), quien es el jefe de un conocido sindicato criminal, debido a que este posee información del paradero del maquiavélico Ernst Stavro Blofeld (Telly Savalas). Bond pronto descubrirá que escondido en medio de los Alpes Suizos, Blofeld planea desarrollar y lanzar una peligrosa bacteria que podría acabar con millones de personas en todo el planeta, y que solo él puede detenerlo.

 

Tras el estreno de “Goldfinger” (1964), los productores Albert Broccoli y Harry Saltzman pretendían continuar la serie con la adaptación de la novela “On Her Majesty´s Secret Service”. Sin embargo, durante el transcurso de los años surgieron una serie de problemas de diversa índole que obligaron a posponer su adaptación. Todo empeoraría con la renuncia de Sean Connery al inicio del rodaje de “You Only Live Twice” (1967), quien además de estar cansado de interpretar al sofisticado espía inglés, no se encontraba en muy buenos términos contractuales con Broccoli. Ante la inminente posibilidad de perder la pequeña mina de oro que habían descubierto, Broccoli y Saltzman se lanzaron a la difícil tarea de encontrar al reemplazante de Connery. De esta forma convocaron a más de 400 postulantes en un llamado abierto, entre los que se encontraban Roger Moore, Timothy Dalton, John Richardson, Robert Campbell, y un ignoto modelo australiano de 29 años cuyo mayor éxito había sido un comercial de una conocida barra de chocolate, llamado George Lazenby. Curiosamente, Lazenby sería seleccionado para interpretar a Bond básicamente porque mientras estaba audicionando para el rol, golpeó accidentalmente en el rostro al coordinador de los dobles de riesgo, lanzándolo por los aires, dando con esto muestras de su salvaje personalidad. Lamentablemente para el novato actor, lo que podía haberse convertido en la oportunidad de su vida, terminó sentenciando su destino en el mundo del cine. Al hecho de su nula experiencia como actor, se sumó su incapacidad a la hora imitar de forma convincente el acento británico, y el escaso control de su propio ego. Una vez que se transformó en el centro de atención de los medios, Lazenby comenzó a tener problemas tanto con sus compañeros de elenco, como con los productores y el mismo director. Su ego descontrolado también lo llevaría a rechazar un contrato por siete películas, ya que su agente lo convenció de que las cintas de James Bond pronto dejarían de importarle a la audiencia, razón por la cual debía privilegiar su participación en otro tipo de producciones, como por ejemplo los cada vez más populares Spaghetti Western. Eventualmente, la crítica destrozaría a Lazenby, y este se vería obligado a pasar el resto de su carrera participando en cintas de bajo presupuesto tanto en Europa como en Asia.

A diferencia de la gran mayoría de los films del popular agente secreto, en “On Her Majesty´s Secret Service” Bond se convierte en el motor que impulsa la trama, y no en un mero vehículo cuya función principal es llevar al espectador de una glamorosa locación a otra. En esta oportunidad, Bond se encuentra en medio de la Operación Bedlam, cuyo objetivo es capturar al genio criminal Ernst Stavro Blofeld. Sin embargo, el espía británico se ve obligado a hacer un alto en el camino para rescatar a una joven que está a punto de ahogarse en el mar. Dicha joven se llama Tracy di Vicenzo, y es la alocada hija del respetado jefe del sindicato criminal de Córcega, Marc-Ange Draco. Curiosamente, dicho acontecimiento servirá para que Bond y Draco establezcan un curioso acuerdo; según Draco, Bond es el único hombre capaz de encaminar a su hija, por lo que lo incita a conquistarla con la promesa de que no solo va a pagarle un millón de libras esterlinas si logra su cometido, sino que además lo ayudará a dar con el paradero del esquivo Blofeld. A medida que el romance avanza y Bond gradualmente comienza a enamorarse de Tracy, este descubre que puede acercarse a Blofeld a través de un genealogista llamado Sir Hilary Bray (George Baker), quien ha sido contratado por el criminal para que certifique un supuesto título nobiliario que posee. A sabiendas de esto, Bond asume la identidad de Sir Hilary Bray y se dirige a los Alpes Suizos, donde Blofeld aparentemente maneja una clínica que se dedica al tratamiento de las alergias. Sin embargo, 007 pronto descubrirá que el verdadero plan del líder de S.P.E.C.T.R.E. consiste en utilizar a sus jóvenes y hermosas pacientes para dispersar a nivel mundial un virus de infertilidad, a no ser que se le otorgue un perdón total por todos sus crímenes pasados y se le valide el título nobiliario que tanto ansía tener.

 

“Esto nunca le pasó al otro tipo”. Esta línea de diálogo, dicha por el James Bond interpretado por George Lazenby al inicio del film, en gran medida resume lo que representa “On Her Majesty´s Secret Service” dentro de la popular saga del agente británico. Entre otras cosas, en esta oportunidad Bond utiliza disfraces ridículos, se deprime cuando es reprimido por M (Bernard Lee), se enamora, coquetea momentáneamente con la abstinencia, y eventualmente contrae matrimonio. Pese a las múltiples diferencias que presenta el Bond de Lazenby con el de Sean Connery, de todas formas la cinta presenta una serie de elementos cuya función parece ser enlazar esta nueva aventura con el resto de la exitosa serie. Para empezar, la secuencia de créditos cumple con exhibir a gran parte de la galería de chicas Bond y villanos que se habían visto hasta entonces. De la misma forma, cuando Bond considera su retiro prematuro, es posible escuchar varias de las canciones utilizadas en los films protagonizados por Connery. Esta yuxtaposición entre el nuevo y el viejo Bond, donde se exponen tanto sus similitudes como sus diferencias, lamentablemente termina dejando al descubierto las falencias interpretativas de Lazenby. Por estos motivos, “On Her Majesty´s Secret Service” usualmente es tratada como una entrada inusual dentro de la serie, no al nivel de “Casino Royale” (1967) o “Never Say Never Again” (1983), pero que de todas formas se convirtió en un momento incómodo para Saltzman y Broccoli, el cual les costaría bastante superar.

Si hay algo que no se puede negar, es que “On Her Majesty´s Secret Service” posee algunas de las mejores escenas de acción de la saga. Además de ser visualmente atractivas, son rápidas, emocionantes, y bastante realistas para estar enmarcadas dentro del pintoresco universo Bond. En gran medida, la razón por la que el director Peter Hunt quiso otorgarle un tono más realista a la cinta, fue debido a que deseaba regresar a las raíces de Bond como espía, ya que sentía que la imagen del icónico personaje había perdido su eje en las últimas cintas de Connery, hasta el punto de volverse un producto propio del género fantástico. Quizás por esta misma razón, en “On Her Majesty´s Secret Service” Bond no es el asesino letal e implacable que es posible ver en las cintas anteriores, sino que es un hombre notoriamente más vulnerable, más humano. Lo que es más importante, es que cada vez que Bond da muestras de alguna conexión emocional durante el posterior transcurso de la saga, es posible trazar paralelos con este film. Por ejemplo, en “For Your Eyes Only” (1981), Bond visita la tumba de Tracy, lo que de por sí es un inusual reconocimiento de la historia pasada del espía, y un signo evidente de que en algún momento se le intentó dar una cierta continuidad a sus aventuras. Por otro lado, en “License to Kill” (1989), Bond de inmediato demuestra una evidente empatía con su amigo Felix Leiter (David Hedison) cuando su flamante nueva esposa es asesinada. Motivado por su propio pasado, el espía británico emprende una violenta cruzada para encontrar a los responsables del crimen.

 

Pese a que el film presenta algunos diálogos absolutamente olvidables, el elenco en general realiza un buen trabajo, con la sola excepción de Lazenby. Y es que el australiano pese a que logra otorgarle un aire de sofisticación al personaje, y se desenvuelve de manera brillante en las escenas de acción, lamentablemente se muestra algo torpe en aquellas escenas en las que Bond expresa algún tipo de sentimiento o conflicto. Al mismo tiempo, es necesario mencionar que George Baker fue el encargado de doblar la voz de Bond mientras este asume la identidad de Sir Hillary Bray, ya que Lazenby jamás logró reproducir de manera creíble el acento del genealogista. Telly Savalas por su parte, logra construir a un Blofeld que es menos escalofriante que el representado brevemente por Donald Pleasance, pero que claramente resulta ser más amenazante físicamente hablando. Por último, Diana Rigg no solo interpreta a quien es probablemente la chica Bond más activa y madura de toda la serie, sino que además por momentos es capaz de opacar al mismísimo 007. En cuanto al aspecto técnico de la cinta, resulta destacable el trabajo de edición de John Glen, quien en conjunto con Peter Hunt, que dicho sea de paso había trabajado como editor en los films anteriores de Bond, le otorgan una dinámica bastante distintiva a la producción en general. Al mismo tiempo, el trabajo de fotografía de Michael Reed, la banda sonora del compositor John Barry, la cual además incluye un tema de Louis Armstrong, y en especial el diseño de producción de Syd Cain, también se encuentran dentro de los puntos altos de la cinta.

Aun cuando la primera mitad de “On Her Majesty´s Secret Service” avanza de manera pausada, el ritmo narrativo se acelera notablemente una vez que Bond se infiltra en la peculiar clínica de Blofeld, donde resguarda a doce bellas jóvenes a las cuales él llama sus “ángeles de la muerte”. Lamentablemente para gran parte de los involucrados en la producción, una vez que esta no obtuvo los resultados esperados a nivel comercial en los Estados Unidos, y la actuación de Lazenby fue ampliamente denostada por la crítica especializada, no tuvieron más remedio que aceptar que sus intentos por construir a un Bond más complejo habían fracasado, y que su participación al interior de la saga había terminado de manera amarga. Con el objetivo de borrar lo más rápido posible de la memoria del espectador la existencia de “On Her Majesty´s Secret Service”, en “Diamonds are Forever” (1971), Broccoli y Saltzman optaron por regresar a la fórmula utilizada en las cintas previas de Connery. Al mismo tiempo, la supuesta venganza que Bond emprende en contra de Blofeld debido a los acontecimientos finales ocurridos en el film de Hunt, solo es explorada de manera superficial en la secuencia inicial de la cinta, para luego ser obviada por completo durante el resto de los encuentros que tiene la dupla de personajes a lo largo del film. “On Her Majesty´s Secret Service” es una cinta injustamente subvalorada, la cual resulta clave a la hora de entender a Bond como personaje, ya que deja explicitado que el espía es algo más que las bellas mujeres, las armas, los artefactos y la misión. Irónicamente, eventualmente Daniel Craig lograría lo que Lazenby desafortunadamente no pudo hacer en su momento, en gran medida debido a que en ese entonces el público no pudo superar el impacto que le provocó la salida del inigualable Sean Connery.



por Fantomas.

lunes, 11 de agosto de 2014

The Pirates of Blood River: Los Piratas y la Hammer.

“The Pirates of Blood River” (1962), es un film de aventuras del director John Gilling, el cual está protagonizado por Kerwin Mathews, Christopher Lee y Glenn Corbet.

En una villa de hugonotes refugiados, Jonathon Standing (Kerwin Mathews) es enviado por su padre (Andrew Kier) a una colonia penal cercana por mantener una relación impropia con una mujer casada. Una vez que Jonathon logra escapar del lugar, es encontrado por un grupo de piratas liderados por el Capitán LaRoche (Christopher Lee), quien lo obliga a guiarlo hasta su villa, convencido de que en el lugar se encuentra un gran tesoro escondido.

 

Tras pasar varios años relegadas a un segundo plano, en la década del cincuenta las películas de piratas volvieron a adquirir cierta popularidad gracias al estreno de la adaptación del clásico de aventuras escrito por Robert Louis Stevenson, “Treasure Island” (1950). El éxito de dicha producción generaría una oleada de cintas de corte similar, cuyo punto en común sería la presencia de aventuras en alta mar y una gran cantidad de acción de capa y espada. Fue así como a principios de la década del sesenta, los ejecutivos de la productora británica Hammer Films, pensaron que sería buena idea probar suerte con el mundo de los piratas, para así diversificar el éxito que habían obtenido con las cintas de horror gótico. En un inicio, la misión de escribir el guión de “The Pirates of Blood River” recaería en las manos de Jimmy Sangster, responsable de gran parte de los guiones de las producciones más exitosas de la Hammer, como por ejemplo “Horror of Dracula” (1958) y “Curse of Frankenstein” (1957), entre otras. Sin embargo, a Sangster le costó lidiar con las restricciones presupuestarias del estudio, las cuales lo obligaban a escribir una historia de piratas en la cual no fuese necesaria la presencia de ningún tipo de embarcación. A raíz de esto, Sangster solo desarrollaría las bases de lo que posteriormente sería el guión escrito por John Gilling y John Hunter, cuya historia se ambientaría por completo en los inhóspitos terrenos de una isla caribeña alejada del resto de la civilización.

El protagonista del film, Jonathon Standing, es miembro de un asentamiento de hugonotes ubicado en una isla remota, cuya localización exacta jamás es definida. Los hugonotes fueron básicamente los primeros Protestantes, los cuales se vieron fuertemente enfrentados con la Iglesia Católica, lo que significó que fueran perseguidos durante gran parte del siglo XVI hasta fines del siglo XVIII. Tomando en cuenta este contexto histórico, no resulta extraño que el asentamiento al cual pertenece el protagonista se mantenga en el más completo de los secretos, y que sea liderado por un concilio de ancianos quienes han forjado sus leyes basándose en las estrictas interpretaciones de la Biblia realizadas por la religión Protestante. Si bien su sistema parece haber funcionado sin mayores inconvenientes durante años, para cuando Jonathon Standing es apresado por adúltero el concilio muestra claras evidencias de corrupción, lo que ha generado una preocupación palpable entre el resto de los ciudadanos, quienes cada vez están más convencidos que las decisiones de los ancianos están guiadas por su sed de poder y su propia codicia, y no precisamente por la palabra de Dios. Todo esto conlleva a que Jason Standing, quien es el padre de Jonathon y el líder de los ancianos, termine sucumbiendo ante la presión de sus pares y dictamine que su hijo debe pasar el resto de su vida realizando trabajos forzados en un penal cercano. Pese a la molestia que ha despertado la sentencia en el resto de los miembros del asentamiento, nadie parece estar preparado para alzarse en contra de quienes los oprimen, lo que eventualmente tendrá una serie de nefastas consecuencias para este grupo de hugonotes.

 

Una vez en prisión, Jonathon se convierte en el blanco preferido de los sádicos guardias, quienes lo desprecian su innegable atractivo físico. Tras algunos meses de sufrimiento y vejaciones al interior del penal, Jonathon logra escapar solo para caer en manos de alguien incluso más peligroso que los guardias; el Capitán de un grupo de piratas llamado LaRoche. Entre la espada y la pared, al protagonista no le queda más remedio que llegar a un acuerdo con el pirata, quien está convencido de que en el asentamiento se encuentra un gran tesoro oculto. Con la certeza de que en la villa no existe tal tesoro, Jonathon accede a guiar a los piratas hasta su antiguo lugar de residencia, siempre y cuando una vez que registren el lugar, vuelvan a su embarcación sin dañar a nadie. Lamentablemente, jamás se debe confiar en la palabra de un pirata, ya que una vez que LaRoche y los más de 30 piratas que lo acompañan llegan al asentamiento, rápidamente comienzan a asesinar a todo aquel que intenta cruzarse en su camino. Pese a que los lugareños realizan una serie de esfuerzos por defender sus hogares y a sus familias, eventualmente los piratas se apoderan del pueblo con la promesa de colgar a todos sus habitantes si es que los ancianos no se deciden a entregar el tesoro. Involucrados en una verdadera carrera contra el tiempo, Jonathon y un pequeño grupo de lugareños entre los que se encuentra su hermana Bess (Marla Landi) y su mejor amigo Henry (Glenn Corbett), tendrán que encontrar la forma de expulsar a LaRoche y a sus secuaces, antes de que estos acaben con toda la colonia de hugonotes, sin importar si estos son mujeres, niños o ancianos.

En gran medida, en “The Pirates of Blood River” Jonathon Standing se ve enfrentado a dos enemigos; un grupo de piratas y la ideología religiosa corrupta que practica su padre y el resto de los líderes de los hugonotes en los que se centra el film. Pese a que existen diferencias evidentes entre ambos extremos del conflicto, si en algo se asemejan es en el hecho de que no dejan espacio para los espíritus libres, a los cuales prefieren rechazar por completo ya que ponen en peligro los cimientos de sus regímenes. La Hammer a menudo se vio en problemas con las autoridades religiosas debido al contenido potencialmente controversial de sus producciones. En el caso particular de este film, Sangster, Gilling y Hunter realizan una fuerte crítica contra la hipocresía y la intolerancia religiosa. Desde el momento en que aparecen en escena, el consejo de ancianos da muestra de sus actitudes despóticas cuando sentencian a Jonathon a una muerte segura en prisión. Lo que es peor, ninguno de ellos demuestra una pizca de arrepentimiento durante el transcurso de la cinta, ni siquiera el padre del protagonista, quien muy por el contrario, cada vez parece más dispuesto a que cada uno de los habitantes del asentamiento sea asesinado por los piratas, incluyendo a sus propios hijos, que a entregar la ubicación del tesoro la cual solo él conoce.

 

Aun cuando Jonathon Standing es el protagonista, probablemente el personaje más interesante de todo el film sea el Capitán LaRoche, sencillamente por el hecho de que su persona encierra una serie de interrogantes que nunca llegan a ser contestadas. LaRoche es poseedor de un pasado misterioso que lo ha llevado a ser el líder de un peligroso grupo de piratas, pero este nunca es desmitificado a los ojos del espectador. Christopher Lee realiza un gran trabajo interpretando al decidido e implacable LaRoche, aun cuando su acento francés deje bastante que desear. Kerwin Mathews por su parte, pese a que dota de un innegable carisma a su personaje y se desenvuelve bien en las escenas de acción, su actuación no es precisamente memorable. Dentro del elenco secundario, se destacan Peter Arne y Oliver Reed, quienes interpretan a los dos piratas más viles y sanguinarios del grupo liderado por LaRoche, los cuales eventualmente se ven enfrentados en una particular y mortal competencia en la cual está en juego la integridad física de Bess Standing. Por último, es necesario destacar la labor de Michael Ripper, quien interpreta al supuesto mejor amigo de LaRoche, el cual tras un incidente ocurrido en una noche de juerga, comienza a albergar el deseo de amotinarse en contra de su alguna vez querido Capitán. En cuanto al aspecto técnico del film, mientras que la banda sonora compuesta por Gary Hughes resulta ser bastante efectiva, el trabajo de fotografía de Arthur Grant es sencillamente espectacular, al igual que el diseño de producción de Bernard Robinson, quien logra crear una serie de escenarios atractivos con un escasísimo presupuesto.

Aunque este es un film de aventuras, de todas formas hay espacio para algunos elementos más propios del género del horror. De hecho, la secuencia inicial, en la cual Jonathon es descubierto junto a una mujer casada, termina de manera espeluznante cuando la pobre mujer en el afán de escapar de su abusivo marido, es devorada por un grupo de pirañas mientras intenta cruzar el rio que le da nombre a la cinta. En gran medida, “The Pirates of Blood River” está fuertemente influenciada tanto por las cintas clásicas de piratas, como por los Westerns norteamericanos. Y es que mientras que el asentamiento de los hugonotes se asemeja bastante a un fuerte de los pioneros americanos, la invasión de los piratas inevitablemente trae a la memoria algunos Westerns en los que un grupo de indios hace exactamente lo mismo. Curiosamente, en un determinado momento del film los roles se invierten, y los piratas se convierten en las víctimas de una batalla en medio del bosque dominada por Jonathon y algunos de sus compañeros, los cuales pese a estar en inferioridad numérica y contar con menos armas, gracias a su conocimiento del terreno logran diezmar y desmoralizar a los piratas, y con eso restarle autoridad al cada vez más descontrolado LaRoche. Aun cuando no cuenta con el encanto de un film de Errol Flynn o con el presupuesto de una producción de los estudios Disney, y pese a que no aparece una sola embarcación en toda la película, “The Pirates of Blood RIver” es una entretenida cinta de aventuras, la cual además de estar plagada de acción, cuenta con un elenco sólido y con un aspecto que la hace parecer una producción de mayor presupuesto. Lo más importante de todo, es que el film de Gilling es la mejor evidencia de que la Hammer era mucho más que una exitosa factoría de horror gótico.



por Fantomas.

jueves, 7 de agosto de 2014

The Killer: Un asesino, un policia, una cantante y cientos de balas.

“The Killer” (1989), es un film de acción del director John Woo, el cual está protagonizado por Chow Yun-Fat, Danny Lee y Sally Yeh.

Durante una balacera, un asesino a sueldo llamado Ah Jong (Chow Yun-Fat) deja ciega por accidente a una joven cantante llamada Jennie (Sally Yeh). Atormentado por la situación, Ah Jong se propone llevar a cabo un último trabajo para pagarle un trasplante de córnea a la chica. Sin embargo, las cosas se complican cuando su empleador decide traicionarlo, y cuando un obstinado policía llamado Li Ying (Danny Lee) se empeña en atraparlo.

 

Tras el estreno del film “A Better Tomorrow 2” (1987), la relación laboral entre el director John Woo y el productor Tsui Hark se fragmentaría de manera casi irremediable. Esto se debió a que de acuerdo con Hark, Woo había arruinado por completo el montaje original del film una vez que el estudio le notificó que el metraje era demasiado extenso. A raíz de esto, Hark no solo pidió que el director fuese despedido del estudio en el que ambos trabajaban, sino que además durante un buen tiempo desechó gran parte de las ideas que Woo le presentaba para conformar su nuevo proyecto. Una de esas ideas tenía como figura central a un asesino con un serio problema de consciencia, el cual buscaba redimir todos sus crímenes ayudando a una mujer que había herido accidentalmente. Aun cuando en un principio Tsui Hark rechazó por completo la idea, la cual según Woo estaba fuertemente influenciada por el film “Le Samourai” (1967), del director francés Jean-Pierre Melville, una vez que el actor Chow Yun-Fat se sumó al proyecto, este obtuvo la esperada aprobación del estudio. Tras superar los problemas contractuales que presentaban los actores Danny Lee y Sally Yeh, John Woo dio inicio al proceso de rodaje el cual se extendió por aproximadamente 90 días. Es necesario mencionar que cuando Woo comenzó a filmar la cinta, solo contaba un pequeño borrador del guión, el cual fue desarrollando a medida que avanzaba el proceso de rodaje.

“The Killer” sigue las desventuras de un asesino a sueldo llamado Ah Jong, quien, durante una estilizada balacera ocurrida al interior de un club nocturno, hiere accidentalmente a una cantante llamada Jennie. Superado por la culpa, Ah Jong comienza a seguir de cerca a la muchacha, cuya vista se ha visto seriamente comprometida a causa de su lesión. Todo cambia cuando cierto día, el asesino logra rescatarla del ataque de dos asaltantes. A raíz de este acontecimiento, la relación entre ambos florece hasta convertirse en un hermoso romance. Con el objetivo de juntar fondos que le permitan asegurar un trasplante de córnea para Jennie, Ah Jong accede a realizar un nuevo trabajo, pese a su creciente desagrado con su línea de trabajo. Tras cumplir su misión y asesinar a un influyente empresario relacionado con las triadas, Ah Jong es traicionado por su empleador, quien desea ver muertos a todos los involucrados en el crimen. Como si esto fuera poco, esta situación ha provocado que su existencia sea descubierta por el Inspector Li Ying, quien dominado por un admirable sentido del deber se propone atraparlo cueste lo que cueste. Sin embargo, sus similitudes, un incontenible deseo de venganza, y la particular amistad que nacerá del juego del gato y el ratón en el que ambos se ven involucrados, eventualmente los obliga a reunir fuerzas para terminar con la oleada de violencia desatada por las triadas, y en el proceso asegurar los fondos que Jennie requiere para realizarse la operación que tanto necesita.

 

El subgénero cinematográfico conocido como Heroic Bloodshed, del cual se dice que John Woo es uno de sus padres, nació básicamente como la necesidad de algunos directores de la industria cinematográfica hongkonesa, de reinventar el cine clásico de artes marciales que tanto éxito tuvo en la década del setenta. Fue así como desde la China ancestral, el personaje heroico fue trasladado a un escenario urbano con marcadas connotaciones occidentales, en el cual por distintos motivos frecuentemente relacionados con la conservación del honor o la búsqueda de redención, se ve obligado a abrirse camino a punta de disparos. Este es precisamente el caso de “The Killer”, cinta en la cual Woo utiliza la relación que se genera entre Ah Jong, Jennie y Li Ying, para presentar el complejo conflicto existente entre la justicia, el crimen y el amor. Al mismo tiempo, tal y como sucede con muchos de los héroes que aparecen en los films japoneses de Yakuzas, de los cuales el Heroic Bloodshed también toma una serie de elementos prestados, el conflicto entre el giri (sentido del deber) y el ninjo (instinto, sentimientos), es el principal generador del sufrimiento que experimentan los protagonistas. Paradojalmente, también es el responsable de la eventual alianza que se produce entre Ah Jong y Li Ying, cuyos cimientos estarán constituidos principalmente por sus similitudes y por su particular visión de la justicia y el honor.

Algo que sin duda llama la atención de “The Killer”, es la gran cantidad de iconografía cristiana que aparece a lo largo del film. Con respecto a esto, es necesario mencionar que John Woo en varias ocasiones ha declarado ser un devoto cristiano, el cual tiene la fuerte convicción de que el hombre debe vivir en paz y armonía. Curiosamente, gran parte de los personajes que aparecen en los films del director carecen por completo de paz y armonía, ya que pareciera que son incapaces de parar de dispararse los unos con los otros. A raíz de esto, bien podría establecerse una relación entre la iconografía religiosa que aparece en el film, y el tema del noble sacrificio que cruza gran parte de la historia. Ah Jong no solo está dispuesto a sacrificar su vida para asegurar la felicidad de Jennie, sino que además en un momento del film arriesga su vida y su libertad con tal de salvar a una pequeña que se ha visto envuelta en el fuego cruzado entre el hábil asesino, los agentes de la policía, y un grupo de integrantes de las triadas. Y es que básicamente Ah Jong es un asesino de la vieja escuela, el cual se rige por el honor y que en principio solo busca asesinar a aquellos que se lo merecen. Es por este motivo que se puede argumentar que él no solo está actuando empujado por la culpa, sino que está genuinamente preocupado por Jennie. Siguiendo la línea del sacrificio, Li Ying eventualmente se muestra dispuesto a sacrificar su carrera y su vida con tal de ayudar a Ah Jong, especialmente cuando se percata de que el asesino es quizás el único hombre justo que queda en Hong Kong aun pese a su particular profesión.

 

En “The Killer”, tanto Chow Yun-Fat como Danny Lee se las arreglan para brillar interpretando sus respectivos personajes, aun cuando estos son bastante unidimensionales. En el caso particular de Chow Yun-Fat, el actor exuda carisma y su interpretación resulta por sobre todo convincente, en especial porque demuestra ser capaz de reflejar el conflicto interno de su personaje mediante la mera utilización de su expresión facial. Sally Yeh por su parte, si bien realiza un trabajo correcto, la verdad es que su personaje no es más que una excusa para explorar la lucha emocional de Ah Jong, por lo que dista de ser demasiado interesante. Por el contrario, el personaje interpretado por Kong Chu, quien además de ser el mejor amigo de Ah Jong, es un veterano asesino a sueldo que a causa de una lesión en una de sus manos ya no puede ejercer su profesión, es casi tan interesante como la dupla protagónica. Y es que él es básicamente el ejemplo viviente de lo que la corrupción puede hacerle al honor y a la amistad, por lo que su conflicto es casi tan doloroso como el del protagonista. El verdadero problema del film se encuentra en la forma en como el director representa el bien y el mal. Lamentablemente para sus intenciones, en el mundo retratado por Woo solo existen los extremos, no habiendo espacio para los matices o los puntos intermedios. Al mismo tiempo, la falta de sutileza que exhibe el director por momentos, provoca que existan episodios que rayan en lo tragicómico, y que eventualmente terminan restando gran parte del dramatismo que se supone debiese presentar la cinta.

Si hay algo que John Woo demuestra con “The Killer”, es su innegable habilidad para orquestar escenas de acción atractivas y grandilocuentes, en las cuales se aprecia su particular manejo de las cámaras. Al mismo tiempo, el director yuxtapone de forma ingeniosa iconos románticos y poéticos a la hora de presentar una violencia en extremo estilizada, la cual se complementa de manera perfecta con la efectiva banda sonora del compositor Lowell Lo, y el magnífico trabajo de montaje de Kung-Wing Fan. En gran medida, gracias a las escenas de acción que aparecen en este film, en especial a aquellas incluidas en el tramo final del mismo, Woo adquirió un renombre mundial que eventualmente lo llevaría a filmar en Hollywood. Aun cuando las secuencias de acción de “The Killer” han sido imitadas, expandidas, e incluso sobrepasadas en innumerables ocasiones por otros directores, estos jamás han podido imitar uno de los verdaderos atractivos de la película, el cual va más allá de la acción explosiva que presenta. Y es que en el fondo, “The Killer” es un film acerca de la amistad. Ah Jong no es el héroe de la historia porque es una imparable máquina asesina con una puntería impecable, sino debido a que es una persona decente la cual se preocupa de sus amigos al punto de sacrificarse por ellos. Esa profundidad emocional es la que distingue a “The Killer” por sobre el resto de las cintas de su tipo, y es una de las principales razones por la cuales la producción ha mantenido intacto su atractivo pese al inclemente paso del tiempo.



por Fantomas.

sábado, 2 de agosto de 2014

The Mercenaries/Dark of the Sun: Un crudo retrato de la Crisis del Congo.

“The Mercenaries” (1968), es un drama bélico del director Jack Cardiff, el cual está protagonizado por Rod Taylor, Yvette Mimieux, Peter Carsten y Jim Brown.

En plena guerra, una banda de mercenarios comandados por el Capitán Curry (Rod Taylor) intentará evacuar a los habitantes de un pueblo del Congo y, al mismo tiempo, impedir que una fortuna en diamantes caiga en manos de las fuerzas rebeldes.

 

En el año 1965, el escritor Wilbur Smith publicó su segunda novela titulada “The Dark of the Sun”, la cual relataba desde la tribuna de la ficción la llamada Crisis del Congo, ocurrida entre 1960 y 1966, y durante la cual Joseph Mobutu llegó al poder una vez que la República del Congo logró independizarse de Bélgica. Cuando los estudios MGM compraron los derechos de la novela, se le encomendó a Ranald MacDougall la tarea de adaptar al guión, aunque finalmente también participó en su elaboración Adrian Spies y Rod Taylor. Ante la imposibilidad de filmar en locaciones en África, el equipo de filmación liderado por el director Jack Cardiff no tuvo más opción que trasladarse a Jamaica. Para Cardiff, su participación en “The Mercenaries” sería una experiencia absolutamente inolvidable. Con respecto a su trabajo en el film, el director declaró lo siguiente en su biografía titulada “Magic Hour”: “´The Mercenaries´ estaba ambientada en el Congo belga pero tuvo que ser rodada en Jamaica, debido a que no pudimos encontrar un tren de vapor adecuado en África, y este era parte vital de la trama. Pese a que era una historia muy violenta, la violencia que ocurrió en el Congo en aquel periodo fue mucho peor de lo que yo podía plasmar en el film; mientras investigaba el tema encontré documentos tan repulsivos que me dieron nauseas.”

“The Mercenaries” está ambientada en plena Rebelión Simba ocurrida en el Congo en 1964. El Congo acababa de salir de un periodo brutal durante el cual lograron independizarse de Bélgica. Sin embargo, tras su independencia, las diferentes provincias del país africano entraron en una guerra de secesión, en la que al mismo tiempo que las tropas de las Naciones Unidas intentaban instaurar un gobierno centralizado, mercenarios de distintas nacionalidades se dedicaban a luchar por los líderes regionales. Al poco tiempo que este conflicto terminó, estalló la Rebelión Simba. Si bien los rebeldes aseguraban que estaban luchando contra la corrupción del gobierno, la verdad es que básicamente estaban asesinando a todos los ciudadanos congoleses que desde su punto de vista habían sido “occidentalizados”, al mismo tiempo que se dedicaban a aterrorizar a los europeos que habían decidido quedarse en el Congo. Ante esta situación, el gobierno del Congo se vio obligado a utilizar mercenarios para liderar y entrenar a los militares congoleses, para así terminar con la rebelión. Es aquí donde “The Mercenaries” comienza. El Capitán Curry y su fiel compañero, el Sargento congolés Ruffo (Jim Brown), son contratados por el gobierno para liderar una misión cuyo objetivo es rescatar a un grupo de colonos europeos que viven en un pueblo remoto. Sin embargo, su verdadera misión es la siguiente: recuperar cincuenta millones de dólares en diamantes sin cortar, los cuales serán utilizados por el Presidente Ubi (Calvin Lockhart) para mantenerse a flote y acabar con los Simbas. Para cumplir dicha misión, la dupla tendrá un plazo de 72 horas. Si lo logran, recibirán una recompensa de 50.000 dólares.

 

Con la ayuda de 40 de los mejores soldados del ejército del Congo, un simpatizante Nazi llamado Henlein (Peter Carsten), y un brillante pero alcohólico médico llamado Wreid (Kenneth More), Ruffo y Curry emprenderán una odisea en la que constantemente se verán enfrentados a la amenaza de posibles ataques por parte de los despiadados rebeldes. Junto con esto, Curry tendrá que lidiar con la amenaza que significa la figura de Henlein, quien evidentemente sabe de la existencia de los diamantes. Curiosamente, el primer enfrentamiento serio entre ambos hombres es provocado por una mujer llamada Claire (Yvette Mimieux), a quien el grupo liderado por Curry rescata de una granja saqueada previamente por los Simba. Con respecto a esto último, es necesario mencionar que aun cuando la trama de “The Mercenaries” es bastante simple, la complejidad dramática que presenta el film está dada por la interacción entre los protagonistas, específicamente entre Curry y Ruffo. Por un lado está Curry, un soldado norteamericano que aparentemente es feliz tomando el dinero que el gobierno congolés está dispuesto a ofrecerle, y al cual poco le importa la situación que se vive en el Congo. Esto ocurre porque básicamente es un hombre que siente un total desprecio por el mundo, y por la forma en como las grandes potencias privilegian sus propios intereses en desmedro del resto. Esto queda perfectamente explicitado en la siguiente frase mencionada por Curry en un determinado momento de la cinta: “El arma es china, Ruffo, pagada con rublos rusos. El acero probablemente proviene de una fábrica alemana construida con francos franceses. Luego fue traída acá en una aerolínea sudafricana probablemente subsidiada por los Estados Unidos.”

Ruffo por su parte, ahora se encuentra luchando en su país de origen, y a diferencia de Curry, su mayor deseo es lograr que en el Congo opere una sociedad funcional. Aun cuando ambos mercenarios son amigos, en lo que se refiere al conflicto en el que ahora se encuentran insertos, sus posturas son completamente opuestas. Ruffo admite que en esta oportunidad su verdadero interés es su país y no el dinero, lo que provoca que Curry se pregunte qué sucedería si se vieran obligados a luchar en lados opuestos del conflicto. “Lucharía contigo. Pero no me gustaría,” afirma Ruffo con evidente amargura en un determinado momento del film. El lazo de amistad que une a estos hombres se vuelve especialmente importante a medida que avanza la historia, ya que la situación a la que se ven enfrentados posibilita la opción de que uno de ellos traicione al otro con el objetivo de sobrevivir. Junto con explorar los matices existentes en la relación entre Curry y Ruffo, “The Mercenaries” también se sumerge en otros temas como el racismo, el genocidio, y la violación de los derechos humanos que en ocasiones cometen algunos gobiernos en nombre de una supuesta democracia. Además de condenar la ideología nazi que orgullosamente reconoce seguir Henlein, el film retrata con un evidente recelo las posturas de los dos grupos envueltos en el conflicto del Congo. Mientras que por un lado se condena la actitud genocida de los Simbas, también se expone que la drástica occidentalización del Congo en cierta medida justifica el violento accionar de un grupo de nativos que parecen no estar dispuestos a que sus costumbres y creencias sean pisoteadas y desechadas de un día para otro.

 

En el ámbito de las actuaciones, Rod Taylor realiza un estupendo trabajo interpretando a un personaje carismático cuyas motivaciones son cuestionables, el cual eventualmente parece encontrar en la difícil misión que se le ha encomendado una oportunidad para redimir todos sus errores pasados. Jim Brown por su parte, interpreta de manera espléndida a un hombre cuya formación es producto de la fusión de dos mundos completamente opuestos, los cuales él espera que puedan convivir en paz. Al mismo tiempo, la química que posee con Rod Taylor es innegable, aun cuando se dice que la relación entre ambos actores tras las cámaras distaba de ser amistosa. A diferencia de la dupla protagónica, Yvette Mimieux y Peter Carsten realizan una labor más bien mediocre. Mientras que el personaje interpretado por Mimieux solo funciona como el interés amoroso de Curry, razón por la cual su inclusión resulta completamente injustificada, Carsten frecuentemente cae en la sobreactuación, por lo que Henlein termina reducido a ser una mera caricatura. En lo que respecta al aspecto técnico del film, mientras que la dirección de fotografía de Edward Scaife es irregular, los efectos especiales a cargo de Cliff Richardson por momentos dejan bastante que desear. Afortunadamente, la banda sonora compuesta por Jacques Loussier es sencillamente perfecta, ya que marca con exactitud el tono pesimista que domina a la historia.

Por otro lado, “The Mercenaries” adolece de algunos problemas de guión, los cuales se evidencian principalmente en la calidad de algunos diálogos, y en la inclusión de determinados hechos cuyo único objetivo parece ser sumarle minutos al metraje. Al momento de su estreno, el film de Jack Cardiff causó bastante polémica por la crudeza de algunas de sus imágenes. Y es que entre otras cosas, “The Mercenaries” incluye escenas de infanticidio, y muestra con lujo de detalles la brutalidad con la que actuaban los Simbas en contra de los colonos europeos, quienes en el film prefieren suicidarse antes de verse violentados sexualmente o torturados por los nativos africanos. Todo esto provocó que la producción adquiriera un seguimiento de culto, el cual se cimentó cuando directores como Quentin Tarantino y Martin Scorsese la nombraron como uno de sus “placeres culpables”. De hecho, el mismo Scorsese mencionó en una entrevista que le sorprendió la inesperada ferocidad del film cuando lo vio por primera vez en 1968. En relación a esto último, pareciera que la gran pregunta que plantea la cinta es: ¿Puede utilizarse la violencia para alcanzar la paz? Curry eventualmente terminará encontrando la respuesta a dicha interrogante, aunque en el proceso ve con impotencia como se convierte en aquello que tanto desprecia. “The Mercenaries” comienza como otra película de acción con altas dosis de violencia, pero en el camino se convierte en una rara subversión del género bélico, la cual no solo expone una serie de temas bastante interesantes, sino que además saca al espectador de su zona de confort para enfrentarlo con las atrocidades que se cometieron en el África post-colonial.



por Fantomas.

martes, 29 de julio de 2014

Asylum: Bienvenido al asilo de Dunsmoor.

“Asylum” (1972), es un film de terror del director Roy Ward Baker, el cual está protagonizado por Peter Cushing, Patrick Magee, Robert Powell y Britt Ekland.

El Dr. Martin (Robert Powell) visita el Asilo Dunsmoor para los Dementes Incurables, con la intención de asistir a una entrevista de trabajo con el Dr. Starr. Sin embargo, a su llegada se encuentra con que el Dr. Rutherford (Patrick Magee) es quien lo está esperando. Al parecer la presión del trabajo ha sobrepasado al Dr. Starr, quien se ha convertido en uno más de los internos del asilo. Para asegurar su puesto en Dunsmoor, Martin es enviado a entrevistar a cuatro de los pacientes de la institución para ver si es capaz de descubrir cuál de ellos es realmente Starr.

 

Inspirados en el clásico del cine de terror, “Dead of Night” (1945), los productores norteamericanos Max Rosenberg y Milton Subotsky, quienes habían fundado la productora británica Amicus, entre los años 1965 y 1980 realizaron nueve antologías de terror, de las cuales tres fueron dirigidas por Roy Ward Baker: “Asylum”, “The Vault of Horror” (1973), y “The Monster Club” (1981). Tanto Baker como un puñado de otros realizadores, actores, y diversos profesionales que trabajaban en la industria cinematográfica británica, también tuvieron la oportunidad de participar en varias de las producciones de la compañía Hammer Films, la cual era la competencia directa de la Amicus. Aunque las similitudes entre las producciones de ambas compañías eran evidentes, si por algo se caracterizó la Amicus es que a diferencia de la Hammer, que prefirió priorizar el rodaje de cintas de horror gótico y de época, la productora de Rosenberg y Subotsky optó por ubicar la mayoría de sus películas en la época contemporánea, lo que eventualmente le traería bastantes dividendos. De la mano del escritor y guionista Robert Bloch, quien por ese entonces era un colaborador habitual en este tipo de cintas, “Asylum” se sumerge de lleno en el mundo de la locura y lo sobrenatural, centrándose en la figura de un joven psiquiatra el cual tendrá que discernir que es real y que es el producto de la mente enferma de cuatro pacientes de una institución psiquiátrica, a los cuales tendrá que entrevistar con tal de asegurarse un puesto laboral en dicho lugar.

La primera paciente que el Dr. Martin entrevista y cuya historia le da vida al primer segmento del film titulado “Frozen Fear”, es una mujer que se hace llamar Bonnie (Barbara Parkins). Bonnie le cuenta como ella y su amante, Walter (Richard Todd), conspiraron para deshacerse de Ruth (Sylvia Syms), la esposa de este último. Una noche, luego de que Ruth regresara de una clase de vudú, Walter la asesinó utilizando un hacha, con la que también desmembró el cuerpo en varios pedazos, los cuales luego de envolverlos en papel, procedió a guardarlos en un congelador ubicado en el sótano de su casa, junto con un extraño amuleto que cargaba la víctima. Para su mala fortuna, dicho amuleto místico será el responsable de que los restos de Ruth cobren vida para vengarse de su calculador esposo y de su amante. De los cuatro segmentos que presenta el film, este es probablemente el más aterrador de todos. Aun cuando la fotografía no es precisamente memorable, como tampoco lo son las interpretaciones de los actores que protagonizan la historia, “Frozen Fear” funciona de maravilla básicamente porque utiliza una fórmula que ha sido probada en múltiples ocasiones desde los inicios de la literatura gótica: presenta a una pareja de personajes desagradables decididos a cometer actos cuestionables, por los cuales eventualmente reciben el castigo que se merecen. En la medida que el crimen sea lo suficientemente macabro y la retribución sea tan atroz como el mismo crimen, este tipo de historias siempre van a tener el efecto deseado, aun cuando en esta ocasión el segmento pierde parte de su encanto una vez que es posible ver las partes del cuerpo de Ruth moviéndose a través del sótano.

 

El segundo paciente que entrevista el Dr. Martin es Bruno (Barry Morse), y su historia le da vida al segmento titulado “The Weird Tailor”. Bruno es un viejo y empobrecido sastre que alguna vez fue dueño de su propia tienda junto a su esposa Anna (Anne Firbank). Ante la posibilidad de ser expulsado de su tienda, Bruno acepta trabajar para un misterioso hombre llamado Smith (Peter Cushing), quien le ofrece una generosa suma de dinero por la realización de un traje para su hijo. Para dicho fin, Smith le entrega a Bruno una tela especial y una serie de instrucciones las cuales deben ser seguidas al pie de la letra. Algunos días más tarde, cuando Bruno se dirige a entregarle el traje terminado a su cliente, este no puede esconder su asombro cuando se entera que Smith ha perdido toda su fortuna, y que el traje va a ser utilizado para cumplir un macabro propósito. Robert Bloch había adaptado esta historia previamente para la serie de televisión “Thriller”, en el año 1961. En esa versión, la cual se apega bastante más al relato original, el sastre era retratado como un hombre cruel, mientras que su esposa era descrita como una mujer solitaria que pasaba sus días charlando con el maniquí de la tienda. En esta oportunidad, Bruno es presentado como una víctima de su propia desesperación por mantener su tienda funcionando, lo cual lo lleva a cometer una serie de actos moralmente cuestionables, mientras que su esposa solo es retratada como una mujer abnegada cuya única preocupación es su marido. Este segmento no solo presenta un mejor trabajo de dirección por parte de Baker, sino que además cuenta con las estupendas interpretaciones de Morse y Cushing, quienes les otorgan una marcada profundidad a sus personajes. El único problema de este segmento, es que su clímax resulta ser algo apresurado, lo que merma notoriamente el efecto de la revelación final del relato.

El tercer segmento titulado “Lucy Comes to Stay”, tiene como protagonista a Barbara (Charlotte Rampling), una joven que durante el último tiempo ha estado encerrada en una institución psiquiátrica por su adicción a las drogas, y que una vez que es dada de alta se va a vivir con su sobreprotector hermano George (James Villiers). Agobiada por las restricciones que la ha impuesto George y la Srta. Higgins (Megs Jenkins), una enfermera contratada por su hermano para cuidarla las 24 horas del día, Barbara termina recayendo en las drogas. Es entonces cuando la visita su vieja amiga Lucy (Britt Ekland), quien la anima a revelarse utilizando una serie de drásticas medidas cuyo objetivo es asegurarse que George y la Srta. Higgins no interfieran en sus planes. Este es sin lugar a dudas el más débil de los cuatro segmentos, en gran medida debido a que Bloch sobrevalora su propia historia más de la cuenta. Y es que este tipo de relatos en los cuales el protagonista eventualmente se revela como el amigo/familiar/niño al cual culpa de todas las desgracias que suceden a su alrededor, han sido utilizadas hasta el cansancio en esta clase de cintas, casi siempre con mediocres resultados debido a lo evidente del giro final. Lamentablemente, “Lucy Comes to Stay” no es la excepción a lo antes mencionado. No solo la dirección de Baker resulta algo torpe en este segmento, sino que además Charlotte Rampling no logra que el espectador desarrolle algún nivel de simpatía por su personaje. Britt Ekland por su parte, realiza una labor bastante más destacable que su compañera, pero de todas formas no logra sacar a flote una historia carente de elementos de real interés.

 

En el último segmento titulado, “Mannikins of Horror”, el Dr. Martin conoce al Dr. Byron (Herbert Lom), un paciente que pasa sus días fabricando muñecos cuyos rostros corresponden a los rostros de personas que él alguna vez conoció, incluyendo uno que luce como él. Byron asegura que los muñecos poseen órganos internos similares al de los humanos, y que él es capaz de transferir su voluntad al muñeco forjado a su imagen y semejanza. Una vez terminada la entrevista, Martin se reúne con el Dr. Rutherford con la certeza de que ha logrado deducir cuál de los pacientes es realmente el Dr. Starr. Mientras ambos facultativos discuten acerca de cuál es la mejor manera de tratar a los pacientes del asilo, una pequeña figura empieza a acercarse sigilosamente al Dr. Rutherford con intenciones desconocidas. Desde un punto de vista estructural, “Mannikins of Horror” viene a cerrar de buena manera la historia que le da vida al film, aun cuando el segmento es relatado de manera apresurada. De hecho, funciona de mejor forma que gran parte de los finales utilizados en las antologías de la Amicus, los cuales usualmente se reducían a ser pequeñas escenas marcadas por la ironía, la cuales estaban situadas inmediatamente después del último segmento. En esta ocasión, el tramo final de “Asylum” no solo presenta la estupenda pero breve actuación de Herbert Lom, sino que además cuenta con la presencia amenazadora de los macabros muñecos fabricados por Byron, e incluye una sorpresiva y satisfactoria vuelta de tuerca que tiene relación con la revelación de la verdadera identidad del Dr. Starr.

En cuanto al aspecto técnico del film, mientras que el trabajo de fotografía de Denys N. Coop y la dirección de arte de Tony Curtis se muestran bastante irregulares a lo largo de la cinta, la banda sonora conformada por temas de diversos autores, entre los que se destacan las canciones del compositor ruso Modest Músorgski, “Night on Bald Mountain” y “Pictures at an Exhibition”, es uno de los puntos altos de la producción. “Asylum” bien podría ser considerada como una película que intenta explorar la psiquis de cuatro personas con obsesiones bastante particulares. Es posible encontrar un hombre obsesionado con asesinar a su esposa, un sastre obsesionado con cobrar sus honorarios, una joven obsesionada con su alter ego, y un doctor obsesionado con la venganza y con la fabricación de pequeños muñecos vudú. Incluso podría argumentarse que ellos no están locos, ya conviven en un mundo donde lo sobrenatural está permitido, por lo que hasta cierto punto solo son víctimas de sus obsesiones. Pese a su irregularidad y a presentar un segmento totalmente olvidable, “Asylum” hoy es recordada como una de las mejores cintas de antología de las que se tenga memoria, especialmente por la forma en como Bloch y Baker logran conectar todos los segmentos mediante un arco narrativo que se presenta particularmente interesante para el espectador.



por Fantomas.
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